Saliste la primera
como una reina en su trono.
Un par de ojos te miraron sonriendo,
y te copiaron el nombre de uno de ellos.
Fuiste amada como ninguna,
fuiste preciosa y escurridiza,
pequeñita, morena, sonriente,
divertida, alegre y comestible en tu ternura.
Pero te fuiste pronto.
En un abrir y cerrar de ojos
les dejaste con la miel en los labios,
con lágrimas en los ojos.
Y aquí me tienes,
escribiendo esto en un asalto de amargura
por no haber visto tu cara,
por no haber escuchado tu voz,
por no haber disfrutado tu sonrisa.
Siempre estuve seguro de ello,
de que tu corazón latiría más que el mio,
que serías la fuerza de mis suspiros,
que serias un motivo por el que vivir,
por el que morir.
Y ahora, solo espero
y con ansia precavida sueño
con el momento en el cual mi dueño
prometa encontrarme contigo
y decirte al oido: aqui estas, sarita.
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