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jueves, 19 de septiembre de 2013

Un violinista solitario



Yo seguía mis pasos, mi cabeza estaba en otra parte, alejada de todo lo mundano. Simplemente seguía el camino, mirando al suelo, pensando en mis cosas, sin ningún objetivo. Dieron las once de la noche, pero no escuché ninguna campana. Di unos pasos más, y subiendo por la calle Lagasca, noté como mi móvil vibraba, metí la mano en mi bolsillo, lo saque con delicadeza, y contesté a la llamada. Por ahora todo era normal, una noche de septiembre, caminando por el centro de Madrid, en busca de cervezas en compañía de amigos y unas que otras carcajadas, vamos, lo normal en mi completa vida.

Y fue cuando, habiendo caminado dos manzanas más, me encontré con una escena bella en su simplicidad que me enamoró al instante. Solo estebamos él, su violín, una calle vacía y yo. Nadie pasaba por allí, nadie para observar la increíble danza que llevaba a cabo ese violinista con su violín, nadie para observar como cantaban esas cuerdas, nadie sentía en sus carnes tanta serenidad, tanto abandono, tanta creencia en una escena que chocaba inesperablemente en su entorno.
Me paré en seco. Y así fue como el habla se me fue durante 10 segundos, sin saber que responder a quien me hablaba por el móvil. Simplemente me enamoró. Me paré en esa esquina, miré al violinista y me quedé frente a frente, disfrutando. Me vinieron muchos recuerdos a la cabeza; muchas sonrisas, ninguna lágrima, muchas carcajadas exaltadas con un amor increíble. Colgué y guarde el móvil otra vez en mi bolsillo, sin separar la mirada de aquel hombre. De unos sesenta años ahí estaba, de pie con unas gafas cómicas, las cuales adornaban melancólicamente su rostro, ocultando sus ojos entrecerrados. Camisa y pantalones pesqueros guardaban su cuerpo, y solo quedaban sus manos, amaestrando aquel increíble violín. Su sombra proyectada por las farolas chocaba contra la pared que tenía a sus espaldas, y la funda del violín descansaba tumbada en el suelo, abierta.

Tras 3 minutos escuchando esa música que nos englobaba solo a nosotros, desperté de ese sueño, no sin pensar que podía devolver a ese hombre que me había dado tanto en tan poco tiempo. Así, rápidamente saque unas monedas de mi monedero; el hombre había dejado de tocar, y se asomaba un poco en las esquinas, a ver si la gente aparecía de algún lugar. Aproveché, me acerqué a él y le dije; -tome, se lo merece. Con una humildad increíble, y con un acento que asemejé a un país europeo central, como Alemania, me contesto con una sonrisa en la cara: -pero si no estoy tocando. A lo que mi contestación, simplemente fue: -da igual. Me miró, extendió la mano, le di el dinero, y me dio amablemente las gracias.

Me dio pena dejar el lugar, un lugar tan puro, tan humilde, que me atraía considerablemente. Fue tan increíble ese momento, que se que nunca se me olvidará. Evidentemente, se que mucha gente no se pararía a observarlo, es más, hay muchos músicos intentando ganarse la vida en las calles, y da pena que no llamen mucho la atención. Sin duda fue una escena totalmente perfecta, tan especial por el hecho de que esa música dio tal pincelada en mi, que me hizo feliz por momentos. Ojala pudiese recompensarlo con más, ójala algún día lo haga.

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